Mientras un grupo de ministras hacía el gilipollas en la cabecera de una de las manifestaciones antimasculinas –el feminismo es otra cosa-, una mujer se adelantaba a los acontecimientos y suprimía la obligación de llevar mascarillas en los locales cerrados. Las ministras habían ensayado grititos, y jugaban al “apuchí y apuchá” mientras entonaban tonterías. En Barcelona, al grito de “No a la Violencia”, dos grupos de manifestantes se liaban a piñas. En Madrid, un cámara y el periodista Javier Negre fueron agredidos. Y ellas con el “apuchí y apuchá”. En verdad, que los españoles hemos hecho muchas bobadas, pero no nos merecemos lo que tenemos. Eso sí, Madrid ha vuelto a dibujar la totalidad de los rostros.
Llevamos dos años viéndonos por la mitad. A mí me perjudica el fin de la obligación de llevar mascarillas. Según el ochenta por ciento –dato científicamente demostrado-, de las mujeres que me han conocido durante el Covid, aseguran que lo más atractivo de mi rostro es la expresión de mis ojos, pequeños pero verdes como un prado norteño. Y ahora, cuando vean el resto de mi cara, se van a llevar un disgusto. Tengo la boca un poco torcida por una operación, y la zona baja de mi rostro no puede competir con la alta. Ha llegado el momento de la verdad. La mascarilla, por otra parte, ocultaba la nariz, y la mía es bastante más larga que la media de narices, lo cual también me inoportuna. Pero todos los males que pueden rodearme a mí, no los puedo convertir en obsesiones coperniquianas. El gran Copérnico...
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