No soy inglés, ni galés, ni irlandés del Ulster ni escocés. Tampoco de las islas Guernsey, Jersey y Man. Por ello, no tengo derecho a enfadarme con la calamidad de Boris Johnson. Y a sabiendas de sus desastrosas decisiones y acciones, me cae bien. Durante el confinamiento decretado en el Reino Unido por el bicho chino, se celebraron en el número 10 de Downing Street, veinte festejos con alcohol, bailes y –como diría el padre Laburu-, “tocamientos pecaminosos”. ¡Veinte fiestas! El Primer Ministro no ha tenido más narices que reconocerlo, porque algunos de los chivatos participaron en alguna de sus cachupinadas y más de una decena de parlamentarios del Partido Conservador, han exigido su inmediata dimisión. Lógica exigencia. Boris Johnson pidió perdón a la Reina Isabel, al Parlamento, a su Partido y a sus conciudadanos, pero no se ha planteado dimitir. La excusa, genial: " Sabemos cuál es el problema y lo vamos a arreglar”.
Sánchez nos tuvo confinados, perseguidos, multados y maltratados ilegalmente varios meses. Y con resultados desastrosos para la vida, la economía, la salud y la libertad de los españoles. Nada me extrañaría que aprovechara la prisión obligada de cuarenta millones de personas para recibir en alegre fiestecilla a sus amigos y gorrones ora en La Moncloa, ora en Quintos de Mora, ora en La Marismilla de Doñana, ora en La Mareta. Y de descubrirse, su excusa.....
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